The Delhi experience

jueves, abril 07, 2005

Goa

Goa es uno de esos lugares que mantienen viva la ilusión de que todavía existen los paraísos terrenales, siempre y cuando el concepto de paraje idílico incluya elementos como cálidas playas, clima tropical todo el año, tranquilidad rozando la parálisis y paisajes repletos de palmeras, que también habrá a quien le resulta paradisíaco un pueblo en los montes de la Serranía de Cuenca o un encierro en un convento benedictino, por poner un caso. Para todo hay candidatos.

Una escapada a Goa después de los grises y hoscos meses del invierno en Delhi multiplica aún más el efecto nirvánico de los placeres allí prometidos y hallados. Al llegar a Goa, sobrecoge ante todo la claridad deslumbrante, la luz desbordante que inunda todo. Luego los sentidos admiran el colorido de las casas, la alegría de las palmeras, como fuegos artificiales estallando por doquier, el aire tibio, el olor de las especies y el mar. Nada más dejar las bolsas en el hotel, bajamos a la cercana playa. El primer encuentro con el Índico trae resonancias aventureras. Me vienen a la cabeza los nombres de Emililo Salgari y Sandokán, las rutas de la seda y las especias, imagino a Astérix y Obélix sobrevolando sus aguas sobre una alfombra voladora camino de socorrer al maharajá y su hermosa hija en “Astérix en la India”…. Soy consciente de que este último es un pensamiento pueril y ñoño, pero el océano ya no me sugiere nada más elevado. Simplemente me invita a zambullirme en sus tibias aguas. La puesta de sol, con el cielo y el agua teñidos de violeta, es estremecedora.

Goa es una de las zonas de la India que mayor contacto ha tenido con los europeos históricamente. Los portugueses la colonizaron en el siglo XVI y la convirtieron en un estado rico gracias al comercio, además de dejar la huella del cristianismo. Luego pasarían por allí holandeses e ingleses. Decaída y olvidada durante siglos, en la década de los 70 se puso de moda como destino turístico de hippies de todo el mundo. Muchos de los que llegaron entonces renunciaron o no fueron capaces de volver a sus lugares de origen, y se establecieron allí de manera permanente. A aquellos pioneros se les reconoce al instante al toparse con ellos: la voz descascarillada, la piel endurecida como la corteza del coco, calvas que conviven con melenas a la altura del hombro, un niño mulato fruto de su unión con alguna nativa, el porro siempre a mano… Años de exposición al sol y escasa moderación en las costumbres han convertido a estas leyendas vivientes en benditos y felices pellejos humanos.

Goa también es famosa por su fiesta continua. Con la excepción de los sofocantes meses del monzón (calor y lluvia a raudales), durante todo el año la juerga asegurada es uno de los reclamos más atractivos para sus visitantes (que van desde batallones de turistas ingleses o australianos llegados en rebosantes charters hasta pijos madrileños incapaces de recordar el nombre de un solo pueblo o playa pero que conocen al dedillo la geografía discotequera, pasando por mochileros de toda procedencia, rastafaris o los omnipresentes israelíes, y hasta descendientes de los maharajás que se desplazan en helicóptero, según cuentas las leyendas), y para muchos el mayor aliciente. Goa compite con Ibiza y Londres en fiestas chic e innovación musical. Durante la temporada alta se organizan raves de varios días de duración en playas o montes, y en las discotecas asomadas a los acantilados (muchas de propiedad estatal) no deja de atronar el ritmo del Goa Trance, el estilo musical propio orgullo de los DJs locales. Más de un perjudicado tras una excesiva exposición a estos deleites deambula por las pistas de baile con la mirada ablandada y la mente confusa. No es fácil reencontrarse con uno mismo bajo una tormenta tecno de 500 decibelios.

Relajados y confiados como angelitos en este nuestro particular edén, pudimos llevar a cabo dos acciones completamente vedadas en nuestras actividades cotidianas en Delhi. La primera fue comer pescado, producto difícilmente asequible en la capital debido a las dudosas condiciones de traslado y conservación que suelen desaconsejar su consumo en tan distante punto del océano. Para compensar la ausencia durante un largo trimestre de este producto esencial en la dieta, las comidas y cenas durante los días que pasamos en Goa consistieron invariablemente en diferentes variedades y recetas de pescado (no llegué a desayunar café con gambón, pero tentado estuve). Lo malo es que para degustar tales exquisiteces había que pasar por el requisito previo de esperar nunca menos de una hora entre el momento de ordenar la comanda y el de recibir el plato en la mesa. La culpa es el carácter sousegado de los locales, rasgo característico y reconocido de su personalidad, por el que un goanense (valga el gentilicio) jamás se apresurará ni alterará su perenne calma, y nunca podrá imaginar, siquiera remotamente, la existencia de ese estado de animo, tan familiar en Occidente, conocido como estrés.

La otra actividad impensable en Delhi que la bonanza de las condiciones en Goa hizo posible fue la de alquilar una motocicleta para excursiones y desplazamientos. El tráfico es escaso, las carreteras despejadas y las distancias, aunque no enormes, requieren de algún tipo de transporte motorizado, por lo que nada más fácil ni conveniente que alquilar una scooter al módico precio de 100 rupias diarias (gasolina aparte) y lanzarse a explorar el terreno. Más felices a bordo del cacharro que Desi en Verano Azul o que la princesa Hepburn paseando por las calles de Roma junto al caballero Peck, recorrimos la costa norte de Goa visitando pueblos y playas de nombres tan estrambóticos como sugerentes: Candolim, Calangute, Anjuna, Vagator, Mandrem, Arambol… También Old Goa, donde dos colosales iglesias semiabandonadas dan fe de la grandeza de la urbe construida en su día por los portugueses, y la capital, Panaji, de colores pasteles y reminiscencias coloniales, que por momentos engaña la percepción del viajero y le hace sentirse en La Habana o Maracaibo, y no en un discreto y encantador rincón asiático.

Goa, una de las muchas Indias, y una de mis favoritas.

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