The Delhi experience

jueves, mayo 27, 2004

En el tren

Aprovechando el primer fin de semana largo de nuestra estancia (el lunes 26 de enero fue el Día de la República, fiesta en todo el país), nos vamos con Silvia y Dani (el informático de la Oficina Comercial y su novia) a Varanasi o Benarés, lanzadísimos apenas dos semanas después de aterrizar en la India. Cogemos el tren en la estación central de Delhi el viernes a las 18:30; 13 horas después llegaremos a nuestro destino, la primera de las siete ciudades santas de la India, donde los peregrinos acuden con la esperanza de morir junto al Ganges y de este modo escapar del ciclo de reencarnaciones.

Viajamos en Sleeper de segunda clase, ya que el billete es un tercio del precio en primera (ir y volver a Varanasi –780 kilómetros desde Delhi- nos cuesta 625 rupias por cabeza, unos 11 euros), y la única diferencia parece ser que aquí el vagón es corrido, mientras que en primera son compartimentos cerrados (en tercera la gente viaja sentada en el suelo). Desmontemos un tópico: el tren no funciona arrastrado con una locomotora de vapor, ni va atiborrado con cuatro personas por metro cuadrado y gente subida en el techo. En realidad, esas escenas se ven sólo esporádicamente, normalmente en áreas superpobladas, como Bombay, Calcuta y alrededores.

La infraestructura ferroviaria de la India es bastante impresionante: es la segunda mayor del mundo por número de kilómetros, y la Indian Railways es la empresa con más trabajadores en todo el mundo, cerca de 2 millones de empleados. La red ferroviaria es una de las cosas buenas que dejaron los ingleses en el país (aunque los trenes son generalmente lentos y de horarios a menudo impredecibles), como el gusto por tomar té, algunas muestras de arquitectura victoriana, el uso del inglés, la democracia, aunque también dejaron algunas secuelas nefastas, como la manía de circular por la izquierda con el volante a la derecha, o los ingobernables periódicos de 16 hojas y páginas de un metro cuadrado.

Encontrar tu plaza en el tren suele ser una odisea: en el billete no aparece, con lo que hay que buscarla en unas listas que se colocan a la entrada del propio tren, unos 15 minutos antes de la hora de partida. La gente tiene la simpática costumbre de arrancar esta lista y tirarla al suelo una vez escrutada, con lo que es difícil leer nada en ella. La mejor alternativa es buscar a un revisor (cosa no siempre sencilla cuando la longitud media de los andenes es de 300 metros, y la densidad en que éstos están ocupados de 3 personas por metro cuadrado) para que mire en otra lista que lleva (que afortunadamente nadie le ha arrancado) cuál es tu plaza. Una vez consigues esta información, sólo queda volver a recorrer el andén para localizar tu vagón y dentro de éste tu litera, que casi seguro estará ocupada por algún viajero demasiado perezoso para buscar su asiento, a quien tendrás que dedicar otro tanto de energía para convencerle de que desaloje tu plaza. Una vez superados todos estos escollos, puede uno sentarse y por fin respirar a la espera de que se ponga en marcha el convoy.

Rápidamente nos convertimos en una de las atracciones del vagón. La casualidad ha deparado juntarnos con un excampeón de lucha libre que viaja con dos acompañantes más jóvenes, uno de los cuales va a Varanasi para casarse (enero y febrero es la temporada alta de las bodas en la India). Los indios son increíblemente curiosos, por lo menos con todo lo que tenga que ver con los extranjeros, y su discreción es nula. Nuestros tres acompañantes, más otra gente que se acerca atraída por el revuelo, nos examinan como si fuésemos auténticos seres extraplanetarios, mirándonos tal cual estuvieran contemplando un documental de National Geographic sobre las fascinantes costumbres del hombre occidental; no se pierden detalle viéndonos jugar a las cartas, qué comemos, qué móviles usamos, intentado averiguar de qué hablamos. Por supuesto, lo que más les atrae son las dos pichurris.

Un tren indio es más entretenido que el tren de los hermanos Marx. La gente habla por los codos, canta, cena, come, desayuna, comparte su comida o su lectura, te pregunta, te interroga, te mira incansablemente... Continuamente pasan vendedores de comida, aperitivos, café, té. Sólo hay unas pocas horas de calma, entre la medianoche y las 5 o 6 de la madrugada, momento en que vuelven a la carga los vendedores de té, despertándote al grito de “Chai, chai” con su voz rasposa que recuerda a la de E.T. (“mi caaasa, teléeeeefono”). Sin duda, infinitamente más ameno que un viaje en Talgo.

1 Comments:

  • [Sorry I don't know any spanish. Read your blog using a translation tool]

    While you are in Delhi, do go to old delhi and the area opposite the Red fort. it will be an eye-openning experience. you'll notice the diversity of culture and religion.

    One of the best restaurant's in Delhi is near Jama Masjid opposite the red fort. Its called Karim's. The food is awesome. I still miss it.

    Getting to Karim's can be a bit of a challenge. But anyone in that area knows about Karim's.

    By Blogger Ducky, at 27 de mayo de 2004, 18:08  

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