The Delhi experience

viernes, octubre 01, 2004

Bombay

Durante mucho tiempo, supongo que como a muchos de mi misma generación, mi única noción acerca de Bombay fue que se trataba, como Hawai, de un paraíso, que a veces ella se montaba en su piso. Pero resulta que Bombay no es un sitio idílico, por lo menos para la mayoría de sus 16 millones de habitantes. Tal vez el señor Cano, cuando compuso la mítica tonadilla, no encontró enclave que mejor rimara con “Hawai” para encajarlo en la breve lista de lugares paradisíacos que la protagonista soñaba con visitar algún día, así que no dudó en otorgar tal cualidad a Bombay, sacrificando la realidad a cambio de redondear un verso que se convertiría en mítico en la historia musical española de los ochenta.

El caso es que Bombay, o Mumbai, puede no ser un paraíso, pero sin duda es un lugar ensoñador y mágico. Capital comercial y administrativa durante los muchos años en que la India enriquecía las arcas del Imperio Británico, es todavía el principal centro industrial y financiero del país. La huella inglesa se palpa en los majestuosos edificios victorianos, que a veces parecen transportar al desconcertado visitante a una especie de Londres tropical, en barrios como Colaba o zonas como Gateway of India y la Universidad, en los autobuses rojos de dos pisos, idénticos a los de la City, en locales que todavía conservan un aire colonial, con sus ventiladores de aspa, sus enormes ventanales y sus muebles de época, en los que se diría que en cualquier momento un David Niven impolutamente vestido de blanco va a entrar a refrescar el gaznate con un sweet lime soda, después de una jornada cazando tigres a lomos de un elefante junto al maharajá de Kapuntala.

Atraídas por su magnetismo, cada día llegan a Bombay no menos de 1.500 personas con las manos vacías y la esperanza de buscar una vida mejor en la gran capital. Dado que la ciudad está asentada sobre una lengua de tierra que se adentra en el Mar Arábigo, por lo que más de la mitad de su superficie está delimitada por el agua, es fácil imaginar los problemas de amontonamiento humano que esto supone. A diferencia de la más espaciada Delhi, las calles de Bombay están siempre congestionadas, y por la noche es necesario sortear a los muchos que duermen en el suelo. Allí están los mayores slums (poblados de chabolas) de Asia, probablemente también del mundo. La mafia controla el inframercado inmobiliario: el metro cuadrado de chabola se cotiza a precio de oro. No es broma: el precio de una chabola en Bombay puede ser mayor que el de un apartamento medio en Nueva Delhi. Los slums se organizan como comunidades independientes, con sus propios criterios administrativos y distributivos, a menudo dirigidos por el Shiv Sena, el partido fundamentalista hindú que dice representar a los que no tienen nada.

Pero Bombay es también una ciudad con una cara vital y luminosa: la de los rascacielos que flanquean Marine Drive, el quilométrico paseo marítimo que bordea la bahía al sur de la ciudad; la de Chowpatty o Candy Beach, las playas donde al atardecer la gente pasea, monta en tiovivos, sorbe agua de coco o saborea bhelpuri; la de los centros de negocios, que transmiten energía y vigor a la ciudad como golpes de baterista; la que emana de Mani Bhawan, la casa donde vivió el Mahatma Gandhi durante quince años; la de bares y restaurantes y marcha nocturna, inexistente en cualquier otra ciudad de la India; y por supuesto, el glamour un tanto kitsch que desprende Bollywood, la industria de sueños cinematográficos que embelesa a millones de indios con sus historias imposibles.

Aaaaay... ¿Cuándo volveré a Bombay?